viernes, 16 de noviembre de 2007

ALEGRÍA POR LA FELICIDAD AJENA

Dicen en El Colegio Invisible:

Sé siempre contento, de todo, con todo y para todo...
La verdadera alegría no es la que proviene de nosotros, sino de la felicidad de los demás y consiste en alegrarnos por el éxito, el bienestar o el gozo de nuestros semejantes. Es la alegría que nos enseña nuestro Señor Jesucristo.
La persona espiritual, cuando se siente dichosa por la dicha de los otros, es doblemente dichosa. Del mismo modo que cuando amamos a una persona nos sentimos muy contentos de su bien, así se siente la persona espiritual del bien y la dicha de los otros. Con la alegría compartida uno se siente pleno y satisfecho por la fortuna ajena. Ésta es pariente de la benevolencia, la generosidad y el desapego.
Es una cualidad singular y bella sentirse verdaderamente felices cuando otras personas lo son. Si alguien se regocija de nuestra felicidad, nos sentimos llenos de respeto y de gratitud por su apreciación. Cuando nos deleitamos en la felicidad de otra persona, cuando verdaderamente nos alegramos de su prosperidad, de su éxito o buena fortuna estamos manifestando la alegría compartida.
La alegría por el éxito ajeno tiene como contrario la envidia, y también el amaneramiento o la hipocresía, el decir una cosa y pensar y sentir otra. Es un antídoto seguro contra la depresión. Cualquiera que padezca de depresión padece de falta de alegría por los otros, sufre una falta de alegría empática. No siempre se pueden tener ocasiones alegres, pensamientos alegres en la propia vida, pero si nos alegramos por el bien de otros, con seguridad encontraremos siempre motivos para ser felices.
La fuerza de que aporta este tipo de felicidad libera realmente. A diferencia de un estado de simple excitación o atolondramiento, la cualidad de la alegría compartida pone en tela de juicio los arraigados supuestos acerca de la soledad, la pérdida y la felicidad, y muestra otra posibilidad. Este júbilo anula muchas de las características de la mente que traban al ser humano.
Buena parte del sufrimiento procede del efecto constrictivo que producen los sentimientos negativos hacia una o varias personas. Con ellos uno se limita a sí mismo y limita a los demás. Juzgamos a alguien, lo comparamos con nosotros mismos, lo rebajamos, lo envidiamos y nosotros mismos sufrimos las consecuencias sofocantes de esas limitaciones. Como son tantos los estados mentales que nos constriñen, la alegría altruista es muy difícil que surja, pero es tan potente esta cualidad que puede derrotar a la aversión y al apego que nos traban. Si cuando surgen los estados mentales en donde es posible que nos quedemos atrapados los vemos, empezamos a entender el modo en que la alegría compartida y altruista nos puede liberar.

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