sábado, 6 de octubre de 2007

GABRIEL MARCEL, UN EXISTENCIALISMO CRISTIANO

La idea existencial data de Blas Pascal, pero se consolida con Sôren Kierkegard, predicador luterano en Dinamarca quien, pese a su pesimismo, delínea las bases del existencialismo cristiano, en oposición temprana a lo que en el siglo XX habría de ser el ateismo sartreano.
El existencialismo, como sabemos los de El Colegio Invisible, es un movimiento filosófico europeo y, más concretamente, franco-alemán con reminisencias danesas, surgido después de la Primera Guerra Mundial como respuesta la crisis de la ciencia y de la cultura de una Europa en guerra, que produjo una sensación generalizada de pesimismo: la vida carece de sentido, el mundo es absurdo, el hombre ha sido arrojado a la existencia sin un porqué y “está de más” (Sartre).
Las categorías existencialistas son las de nada, nausea, angustia, finitud, temporalidad, ser-para-la-muerte, etc. El término existencialismo se debe al neokantiano Fritz Heinemann (1929), quien encuentra la fuente ideológica en la Filosofía de la vida y en la fenomenología de Husserl. Puede hablarse de:
1) Un existencialismo negativo, pesimista y ateo (Sastre, Heidegger, etc.);
2) Un existencialismo positivo, optimista, religioso e, incluso, cristiano (G. Marcel, Merleau-Ponty, Abbagnano, etc.); y
3) Un existencialismo teológico (Gogarten, P. Tillich, K Rahner, etc.).
Todos ellos reaccionan frente al racionalismo y contra la concepción positivista de la vida. La tesis central, enunciada por Sastre en "El existencialismo es humanismo" (1946), se resume en que “la existencia precede a la esencia”. No hay una naturaleza humana universal, sino una universalidad humana de condición. No hay esencia precedente. La existencia es pura facticidad. Existen bienes de ex-sistere, estar fuera de, separación de un mundo y de una situación en el mundo, es el modo de ser propio del existente humano.
El hombre es una existencia que se define como un proyecto (será lo que libremente proyecte ser). Una autentica filosofía ha de partir de la unidad entre sujeto/objeto, y dicha unidad se halla encarnada en la existencia. El hombre existe como conciencia, libertad –pero el precio de la libertad es la angustia– y como proyecto, y sólo se realiza a través de sus actos libres. Si el hombre, omnímoda libertad, carece de fines y normas, ¿a qué ha sujetar sus acciones? A nada. Sólo cabe una ética de situación. “Usted es libre –dice Sartre–, elija, invente, ninguna moral puede dictarle lo que ha de hacer.”
Simona de Beauvoir (pareja de Sartre), en "Por una moral de la antigüedad" (1947), confirma que, a la pregunta de “¿qué acción es buena?” y “¿cuál mala?”, no es posible contestar desde fuera, porque la moral no provee de recetas ni descansa en ningún fin establecido de una vez para siempre, sino que consiste en pura e incesante tensión, en el engagement (compromiso) total. Por ello, afirma Aranguren que “no ha habido, en rigor, más que dos éticas formales: la kantiana y la existencial. Ambas han surgido en épocas de profunda crisis religiosa, en épocas de desconfianza en cuanto al ‘contenido’ de la moral” (Ética, 303).
Sôren KierKegaard (1813-1855), al poner el acento de lo ético no en el contenido, sino en la “forma”, en el “cómo” (actitud de sinceridad y decisión existencial), se muestra como uno de los precursores del formalismo ético existencial.
Pero el existencialismo asume una postura cristiana con Gabriel Marcel y Merleau Ponty. Dice G. Marcel: "...Hoy por hoy es necesario reconocer que somos criaturas creadas a imagen y semejanza de Dios".

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